jueves, 25 de noviembre de 2010

Dicen que no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes.

Sueles pasar de lo que te dicen tus padres, tu família en general, de los consejos de tu padre que sólo quiere ayudarte y el bien para tí.
Cuando algo tan traumático como la pérdida de un ser TAN querido llega a tu vida, todo se desmorona, los pilares de tu vida se derrumban, y no valen cosuelos, no te vale ningun apoyo, ninguna persona, sólo quieres que vuelva esa persona, sí esa con la que compartiste todo tu infancia, la que te sostenía en sus brazos cuando apenas eras un bebé, la que te enseñó a andar, la que te animó a quitarle las ruedas de atrás de la bicicleta, la que jugaba contigo, la que no faltaba en ninguno de los momentos especiales para tí, porque sin él esos momentos no valían nada. Su presencia en cada acto, cada festival del colegio, en tus cumpleaños, en casa para preguntarte que tal el día, que tal aquel examen que te costó tanto estudiar.


Tener a esa persona era lo mejor que tenías. Pero de repente, un día llegas a casa y no no está; al no encontrarlo por ningun rincón del piso, al no escuchar su risa, sus regañinas, sus consejos, sus pasos al pasar por el pasillo... te derrumbas.
No poder ni mirar una foto sin que en ella esté él, o en esa escena estuviera por el medio, haciendo las gracias para sonreir en la foto, porque al mirarla se te cierra el estómago, se te traban las palabras, te falta el aire, sientes una fuerte presión en el pecho que no te deja respirar, el corazón se te complime al recordarlo en tu día a día y de un día para otro, ya no esté. Cuesta acostumbrarse, y de hecho, es algo que no se supera nunca, pero nunca dejas de pensar en él, incluso te nombraba por casa para ver si todo habia sido una terrible pesadilla, nunca dejaste de estar a mi lado, de estar presente en mi vida.

Pasan y pasan los meses, pero todo sigue igual, sin noticias buenas. Ver en la mirada de tu madre esa tristeza profunda, y recordarlo aun me hace llorar. Pero Dios existe y ésta fue la prueba que izo crecer mi fe, que me lo devolviera. Poder hoy llegar a casa y escuchar sus quejas, sus reclamos, su risa, me compensa el dolor sufrido, ya que ahora que lo valoro más que nunca y es la persona a la que más he querido, quiero y querré en este mundo.


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